La muerte forma parte de la vida, y es algo a lo que todo ser humano tiene que enfrentarse en algún momento. No por ello resulta sencillo hablar sobre la muerte, sobre todo cuando debemos hacerlo con los más pequeños.
El temor que tenemos a atemorizar o entristecer nos lleva en ocasiones a ocultar información que será importante para que puedan entender e interiorizar lo que ha ocurrido. Nos amparamos en que será algo muy difícil de procesar para ellos y recurrimos a explicaciones ambiguas, que pueden conducir a situaciones de mayor incertidumbre y miedo. La creencia suele ser que de esta forma les protegemos ante la muerte y su impacto, les ahorramos sufrimiento, pero realmente estaremos haciendo todo lo contrario: no podremos evitar que forme parte de su vida y necesitamos acompañarlos y ayudarles a entender y procesar lo que ha ocurrido.
Todos los niños/as y adolescentes que sufren la muerte de un ser querido o persona cercana se hacen preguntas y deberemos intentar responderlas, adaptándonos a su edad y nivel de comprensión. Las preguntas sirven para apaciguar su ansiedad ante el hecho de la muerte y para ir construyendo una idea propia. Algunas de las que nos encontramos en función de la edad son:
Entre los 3 y 6 años:
¿Va a poder comer? ¿Hará frío? ¿Qué va a hacer ahora? ¿Respira? ¿Cómo duerme/está durmiendo? ¿Va a venir a verme? ¿Quién me va a llevar al cole ahora? ¿Quién va a jugar conmigo? ¿Tú te vas a morir? ¿Papá/mamá se van a morir?, etc.
Entre los 6 y 9 años:
¿Qué le pasa al cuerpo cuando lo entierran? ¿Cómo bebe o come? ¿Si hago algo malo se enfadará? ¿Crees que se acuerda de lo que hice? ¿Se pondrá triste si yo…? ¿Cómo es el cielo? ¿Dónde está? ¿Me ve?, etc.
Entre los 9 y 12 años:
¿Estás triste? ¿Cómo puedo ayudar a la abuela/abuelo? ¿Es muy grave? ¿Qué nos va a pasar ahora? ¿Hay que vender la casa? ¿Quién nos va a cuidar si pasa algo?, etc.
Preadolescentes y adolescentes:
¿Cómo ha pasado esto? ¿Qué haremos ahora? ¿Se enteró al morir? ¿Nos ve o nos oye? ¿Qué pasará con sus cosas? ¿Cómo nos organizaremos ahora?, y otras preguntas similares a las que podría hacerse un adulto.
A la hora de explicar la muerte a los más pequeños, deberemos tener en cuenta aspectos como:
- Evitar comentarios y respuestas que generen confusión o expectativas erróneas. Es importante que queden claros conceptos como la irreversibilidad de la muerte, evitando frases como “se ha ido” “está durmiendo” “se fue a un viaje muy largo”... que pueden generar mucho desconcierto y suscitar aún más dudas. Al explicar que esa persona no va a volver, es bueno que empleemos expresiones que hagan referencia a la muerte y que dejen claro que no volveremos a verle o estar con él/ella. También será importante explicar el carácter universal que tiene la muerte, pudiendo emplear la postergación con los más pequeños - “¿Tú te vas a morir?” “En mucho mucho tiempo, después de que hagamos muchas más cosas juntos” - . Es importante que entiendan que todos moriremos, pero cuando haya pasado mucho tiempo y vivido muchas más experiencias. Esto puede no ser la realidad, pero les permitirá ir entendiendo sin que les genere angustia.
- Si la muerte es algo previsible, es importante que vayamos introduciendo la posibilidad de que eso ocurra de forma paulatina. “Está muy muy enfermo”.
- Debemos explicar, sobre todo si hay dudas al respecto, que el cuerpo “deja de funcionar” y que las funciones vitales ya no tienen lugar: no se ve, no se respira, no se siente.
- La muerte tiene una explicación y deberemos darla (adaptándonos a su edad y, si es necesario, dando información de forma gradual). Es muy importante que entiendan que no tendrá que ver con lo buena o mala que es una persona, y darles explicaciones que hagan referencia a la causa del fallecimiento.
Además, es esencial buscar un buen momento para comunicar la noticia, o en su caso, aclarar dudas que existan sobre ello. Algunas recomendaciones para ese momento son:
- La persona que dé la información sea alguien cercano al niño/a, con el que se sienta cómodo y seguro.
- Hacerlo también en un ambiente que le resulte familiar, en calma y sin prisas o límite temporal (no sabemos cómo será su reacción y debemos buscar que se sientan libres de expresar lo que sientan, y poder tener tiempo disponible para hablar, ayudarles…).
- La información la daremos de forma gradual, de lo general a lo específico, adaptándonos a su edad y las reacciones que observemos. Si percibimos que se está abrumado, será más beneficioso hacer una pausa y cerrar temporalmente la conversación, para retomarla en un momento posterior.
- Aclarar las dudas que tengan, y mostrarnos disponibles a hacerlo con cualquiera que pueda surgir en el futuro.
- También será fundamental que normalicemos las emociones que puedan experimentar, que lo validemos y cuidemos que no sientan que deban reprimir ese sentimiento.